viernes, 6 de julio de 2012

LOS MALENTENDIDOS Y LOS SILENCIOS

El Malentendido
Equívoco, mala interpretación o desacuerdo en la forma de entender una cosa.
En el diccionario del Sicoanálisis : Disfunción propia del proceso de comunicación: Dos o más personas suponen compartir significados y sentidos transmitidos, desconociendo que existe una divergencia de interpretación. Esta divergencia interrumpe el entendimiento de lo comunicado, pero subyace premisa básica- una ilusión de entendimiento.
El Silencio
Es la abstención de hablar o la ausencia de ruido.  El silencio también es un recurso paraverbal que puede utilizarse en medio de una comunicación.


Leyendo Renuevo de Plenitud, encontré esta historia que ilustra muy bien las definiciones antes dichas y la comparto:.
El Silencio en los Malentendidos:
Dos abuelos. Cuarenta años de convivencia fecunda y fiel. Se conocían lo suficiente, como para darse todavía la sorpresa de un malentendido. Era justo lo que había sucedido esa mañana.
El abuelo era un hombre jovial y bastante espontáneo. Impetuoso en sus reacciones, solía irse de boca cuando decía sus verdades.
La abuela, en cambio, era más paciente, pero también de reacciones más lentas. Por eso, aquel cruce de palabras que la habían ofendido, la llevó a su respuesta habitual: el mutismo.

El recurso del silencio suele ser frecuente en personas que están obligadas a una convivencia muy cercana. Sobre todo cuando no existe la posibilidad de escapar a través del grupo. Y estos dos abuelos, pasaban gran parte de la semana solos, porque sus tres hijos casados no vivían en el mismo pueblo, y los encuentros solían darse sólo los fines de semana. Y esto sucedía un día miércoles.
La discusión se había dado en horas de la mañana. Para la hora del almuerzo, se comió en silencio.
El televisor llenó un poco el vacío, sin solucionar el problema. El cafecito de la tarde los vio reunirse dentro del mismo clima. Y llegada la cena, continuaba aún el mutismo por parte de la abuela.
Al abuelo ya se le había pasado totalmente el mal rato, y quería que le sucediera lo mismo a su compañera. Pero, evidentemente, ésta era de reacciones más lentas. Por tanto había que encontrar una manera de hacerla hablar, sin que ello significara capitulación por ninguna de las dos partes.
Porque el asunto que los había distanciado era una intrascendencia, y no valía la pena volver sobre ello.

Cuando ya se iban a acostar, al abuelo se le ocurrió una idea. Se levantó con cara de preocupado, y abriendo uno de los cajones de la cómoda, se puso a buscar afanosamente en él.
Sacaba la ropa y la tiraba sobre la cama. Luego de haber vaciado ese cajón, lo cerró con fuerza y se puso a hacer lo mismo con el siguiente. Cuando ya se decidía a hacer lo mismo con el tercero, la abuela rompió el silencio y preguntó entre enojada y preocupada:
“¿Se puede saber qué diablos estás buscando?”
A lo que contestó su marido con una sonrisa: “¡Si! Y ya lo encontré: ¡Tu voz, querida!”

¿Cuánto duele el silencio?
Sí el silencio duele y duele mucho, porque angustia a la persona, porque no sabe qué hacer y porque siente  el corazón de la otra persona lejos y esto último es lo que duele más.
Considero que mantener momentos de silencio, puede ser bueno, si es para  calmarse, para enfriar los ánimos, para reflexionar, sin embargo  puede ser muy malo, si es para castigar “te castigo con el látigo de mi indiferencia” “habla con mi mano” o  para ignorar.
Entablar un dialogo, una conversación efectiva, sin orgullos tontos, nos lleva a aclarar las cosas. Haría que preguntarse: “ si  el disgusto vale  la pena el sentirnos mal y hacer sentir mal a la persona que esta a nuestro lado”.
Entablar diálogos, también es un hábito que cuesta, pero cuesta porque vale la pena.
Mucha buena vibra,
Raquel Rivas
Coach Motivacional

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